sábado, 9 de agosto de 2008

JUNTO A LA HAMACA...

La luz de la fogata recorre toda la playa cual faro que busca un punto en la frontera para estacionar su ardiente caminar. La música suena sin parar. No intento ver más allá de lo que me permite tu sonrisa, me concentro en ella, giro, y continúa el movimiento. Siento tu sudor aterrizando sobre mis hombros, cada gota es una caricia a la que no me puedo negar. Tus labios juguetean en mis cabellos, mientras intento sostener mi sombrero, tu pecho contra mi desnuda espalda. Me aferro a la arena con las plantas de los pies, sacudiendo granos sobre tu pantalón blanco. Mirándote comprendo porque te ame desde esa primera tarde, puedo ver tu alma en el resplandor de las llamas que se reflejan en tus ojos. Siento tu calor en la prisión que tu mano hace sobre la mía. No dejas de sonreírme, de decirme en el silencio del movimiento de tus labios, “te amo”. Un momento sublime al compás de las maracas, donde la sonrisa por un segundo se difumina con las lágrimas: llanto de felicidad, lágrimas con sabor a coco, que se mezclan en la humedad que cubre mi abdomen. Quiero más, aprisióname hasta asfixiarme, déjame sentir cada milímetro de tu cuerpo, permítele a mi piel escanear tus pasiones, a mis huesos romper tus miedos. Deja que mis muslos suban por los tuyos en este baile donde con suma intención adhiero mi pelvis a tres centímetros del punto donde inicio tu vida. “llorando estarás”, repite la canción, en el momento que mi nariz se debate en un torneo de espadas con la delicadeza de tu respiración. El jadeo se hace intenso, las sonrisas no paran, la insinuación es evidente, el calor mágicamente corre como agua con aroma a piña por nuestras piernas, nuestros pantalones, telas húmedas que dejan de hacer secreta la presunción venidera. Una presunción, que nació esa tarde, que se enunció en este baile, que se hizo realidad cuando Dios permitió que tu cuerpo y el mío terminaran danzando esta noche desde la arena, hasta los bordados floreados de amarillo y azul, donde yaces con tu cuerpo desnudo, mientras escribo enamorado en un banquito de madera junto a la hamaca…

martes, 5 de agosto de 2008

LAGO DE FRESA...

Las tres de la mañana llegaron como un golpe sobre mi espalda. Un toque que entre tus sueños depositaste en el centro de mi columna. No puedo dormir. Los ojos se cierran, las cobijas caen, los ojos abren, las cobijas suben. Si intento sucumbir junto a Morfeo, como en un embrujo de antaño tus ojos aparecen, de nuevo esa sonrisa, de nuevo esa sensación de tener tu cuerpo sobre el mío, tus dedos encadenando mi pecho, y tus labios sin palabras, esas que no llegue a preguntar, las mismas que por miedo a la respuesta preferí simplemente dejar pasar. Con la mirada sobre el teclado que sin metáfora o hechizo se transforma en un tenue manto de cristal donde puedo verte descansar, donde es posible recostarme a tu lado. Esto lo pensé, lo medite, lo hago realidad. Paso mis nudillos con suprema delicadeza sobre tus mejillas, delineo la exquisitez de tu nariz, con el vapor que exhalan mis pulmones. Mi mano derecha se pierda en las inmediaciones de tu camiseta, mientras intento despertar tus pasiones en un mundo que se empieza difuminar de colores al movimiento cauto de las puntas de mis dedos. Puedo sentir mis medias enredándose en tus pies. La mano izquierda trazando el camino que limita las fronteras de mi deseo con las montañas que surgen del abultamiento de tu sudadera. Quiero más. Un poco más de tus besos dulzones. Quiero repetir de nuevo esta noche, de nuevo esa noche. Desde aquel día comprendí el secreto del paraíso y el infierno. Infierno, sería no probar de nuevo el sabor de tus cabellos, y los manjares que se deslizan en cascada sobre tu cuello, para terminar en un lago de fresa en el hoyo de tu oreja. El cielo sería vivir una escena repetida, en blanco y negro, al mejor estilo de Chaplin, una escena de seis horas, programada para repetirse por toda la eternidad…

domingo, 3 de agosto de 2008

TU CABALLO DE MAR...

Tiendo la alfombra sobre mi pecho. Siembro una rosa en mi ombligo, organizo el césped que va desde la rosa hasta el punto donde tu pasión acicala mi intención. Rodeo mi hombro de una enorme cerca blanca atrapando las gallinas blancas mientras las negras huyen en un cacareo apresurado. Riego en las hendiduras de mi abdomen las primeras gotas de río que alarman los cines, y alborotan los tucanes. Estoy en el proceso de construcción. Elaborando sobre mi cuerpo una maqueta del paraíso que te espera en el centro de mi alma. Mi mente se sumerge en tus besos, en tu sonrisa exaltada, y en la timidez cauta de tus ojos. Mi amiga pregunta: ¿es amor? Si, es amor. Es ese amor que sólo se siente una vez. Esa sensación de mil caballos cabalgando sin riendas entre los hipódromos de mis costillas, descendiendo sobre las cuevas de que los osos polares han elaborado bajo mis rodillas. La nieve cayó sobre mis pies, los pingüinos volaron, los osos cantaron y hasta los sapos bailaron flanco en esa tarde que el brillo de tu mirada y el metal que adorna tu sonrisa se apoderaron de mis metas, sueños y anhelos. Los días pasan y espero de nuevo el calor de tu respiración en mí nunca, pronto estarás recitando poemas a mis oídos. Juntos organizaremos nuestra boda a orillas del mar. En un suspiro te diré “te amo”. En tres suspiros me dirás que siempre me amaras, y al caer el sol, con un beso sabor a chocolate como el primer día, nos perderemos en la arena para desaparecer en un cortejo de locos enamorados, con tu amplia sonrisa, tus pequeñas manos sobre mis ojos, y tus pies en mis muslos, imitando un juego infantil, un juego que pretendo terminar en esa ola que se aproxima, en aquella que mágicamente me convertirá en tu caballo de mar, y tu en mi adorada perla, la misma que amaré hasta el día que los mares se sequen al calor de un rayo de sol…