martes, 30 de marzo de 2010

SUSPIRO DE BONDAD...

La misma situación. Una gestalt maldita que no logro controlar. Unos sentimientos que emanan sin destino, que vuelan enloquecidos entre mis holgadas prendas. Cuando los ángeles duermen los demonios hacen fiesta en los jardines del edén, eso decía mi abuela, una mujer que nunca imaginó que ángel y demonio son la misma cosa, como en una competencia de relevo se pasan la vara para turnarse entre ellos. La espiritualidad tiene límites y los límites son la ambición. En noches de abril los ángeles se quitan sus ojos azules, sus blancas alas, sus risos dorados, sus mantos blancos, dejando a la luz de la luna cabellos negros como las colas de un semental, las alas robadas a un murciélago, sus ojos profundos como el océano; impregnados de la oscuridad de la muerte y su traje purpura que combina con la estrella de cinco puntas que cuelga sobre su pecho. El ángel y el demonio viven juntos, brindan en las tardes, se burlan en mi cara, juegan con mis pensamientos, con mis sentimientos, para decidir cuál será el afortunado en poseer mi cuerpo. Ellos se divierten mientras mi piel en llamas hace el amor con la bondad, y tiene sexo brutal con los diamantes negros que caen sin cesar sobre mis sábanas tendidas. El ángel no amará sin medida por bondad, al igual que el demonio no prestará sus exclusivos servicios por unos cuantos diamantes negros. Ellos tomaron una decisión, se dieron la mano, tiempo de tregua, tiempo donde el ángel durmió mientras el demonio sumergió su cuerpo en azufre hirviendo. Hoy, el demonio sonríe feliz, mientras el ángel sepultado en las profundidades del infierno freudiano busca, si en sueño o en chiste, dejar salir un nuevo suspiro de bondad…

lunes, 29 de marzo de 2010

LA PRUEBA...

Entonces él estaba ahí sintiéndose examinado, como en un parcial entre sensación y percepción, la pregunta no cuestionaba su percepción de la realidad indagaba en su sensación. No sabia que sentía, no sabia si aún sentía, los días pasaban desde aquella última vez que sintió su corazón cabalgar sobre sus costillas. Se preguntó entonces qué puedo sentir, la verdad no lo supo, tal vez inquietud, quizá ansiedad por conocer los ojos claros que pudo intuir a través de unas pocas palabras. No intentó averiguar mucho, pues no esperaba nada de nadie, la vida le enseñó a no depender, la vida le mostró una tarde que lo mejor era descansar sobre las aguas del destino sin pretender guiar su cause, simplemente comprendió que “Dios no juega a los dados”, que las aguas son impulsadas por un flujo divino que contiene la sabiduría del universo. Seguía sin saber qué responder, pero absorto con la cualidad de su cuestionante, pues nunca imaginó una noche que Nostradamus no pudo predecir; una noche donde Castel dedicará versos a Benedetti, y este en su mutismo pretendiera responder. Los minutos pasan, la prueba se termina, el papel continúa blanco. No podía sentir, pensaba y percibía, percibía que quizá esos ojos claros eran como todos, brillaban por momentos y se apagaban con los días: como faroles que prenden y apagan, pero quizá son como luceros que aunque no brillan en el día siempre siguen ahí. Se decidió por responder, se arriesgó a cometer un imprudente plagio, y simplemente contestó lo siguiente en su prueba de sensación, esperando impaciente su calificación: “Vamos, invíteme a conocerle. Pero no me diga que piensa, dígame sin pensar, qué siente. Vamos, invíteme a conocerle. Sonría, sonría simplemente...”