jueves, 12 de agosto de 2010

NO ES UN CAFÉ LO QUE QUIERO...


Sin pensar, sin soñar, sin meditar, aquí me tienes. Una vez más estas manos se deslizan sobre el negro teclado para escribir a tus ojos. Si, estabas en ese mismo sitio, con tu cabello largo, con las piernas colgando, con la mirada puesta sobre aquel muro donde te sentaste con sus cabellos ondulados, con esos mismos que ahora dices no existen. Recuerdo tus ojos dirigirse a su esquina favorita, buscando los recuerdos, recogiendo con las puntas de los dedos los restos de los recovecos que ahí quedaron. No preguntes cómo, pero lo supe, pude sentir tu cuerpo atónito en la noche, tus brazos aún más fríos al pasar por mi lado; tu rostro que esta vez denotaba una seriedad que no confundí con serenidad, un mutismo que me dejó en silencio, en la oscura perplejidad de donde me rescató la voz de aquella dama, y su frase tan aparentemente coherente, pero no suficiente para un alma vieja como la mía; que sin canas carga los recuerdos de la mañana donde Eva se hizo mujer bajo la fálica influencia de la mitológica costilla. No sé si las cosas han cambiado en tu villa, pero al menos tengo la seguridad de que aprendiste la lección, una enseñanza donde se afirma que las rosas no se transforman en aves y las aves no se transforman en rosas. Aprendiste que la intuición es importante, y aprendiste, quizá, que la soledad es una venda peligrosa, una venda que se adhiere al corazón, cubre los ojos, y nos hace actuar como animales ciegos. Tan ciegos que nos perdemos de las pupilas negras que nos miran, de esos labios que intentaron sonreír pero que se cegaron ante el paso nefasto y ágil de quien no quiere ver más allá del camino bajo sus pies. Si tú has cambiado, yo también. Hace algunos días, tal vez un mes, me rendí, fue un “no más” donde decidí colgar mi escudo y regalar al mejor postor la pluma de mis batallas. Decidí no esperar, no buscar, como un “pseudonarciso” frente al agua drogué mis sentidos y me dejé hundir, hundir; hasta morir. Me conozco, sé que no me gusta lo “común”, un café podría ser aburrido, suena a uno de tantos que he tomado, a uno de tantos que no recuerdo. Soy particular, como las mañanas de eclipse, complejo como los vientos de agosto. No soy uno más, ni espero serlo; ahora no, ya no. Estoy cansado, agotado, desconfiado, asustado, y como bien lo sabes un Tsunami sólo es provocado por un terremoto en las profundidades el océano. Al parecer nada sorprende, al parecer sólo esperaré hasta ser sorprendido. Este Tsunami estará dormido, no sé cuantos años, hasta un día, no sé cuando ni dónde, la tierra se sacuda como un volcán que levante mis olas, que forje un nuevo escudo y donde se esculpa una pluma eterna de acero…