domingo, 27 de julio de 2008

El OMBLIGO DE MI CORAZÓN...

He pasado de no tener a tener demasiado. Las sonrisas son como el sol del desierto, se posan inclementes sobre los labios, esparciendo imágenes de mis negros ojos sobre el azul de mar que se diluye en los tuyos. Tus caricias descienden por mi cuello. Tu mano acaricia mi rodilla bajo el mantel de la mesa, que danza en los tibios vientos de la ciudad de Cartagena. El aroma del mar se siente en tu piel, su sabor en el matiz que percibe mi lengua al recoger los restos de miel que han quedado en tus labios. La noche en la ciudad vieja es la mejor de todas. Una noche de maderas, antigüedad, amores y promesas que no son humanas, promesas reales que sólo nuestros corazones podrán cumplir. Nuestros trajes blancos resaltan tus cabellos rubios que brillan al compás de los destellos dorados que mueves en tu mano mientras bromeas sobre nuestra próxima parada: “será Cancún, Barcelona o Punta Cana”. Tal como te imagine, así te veo ahora. Puedo ver tu alma, el amor sincero en tu mirada, lo esperado en las líneas de tu mano, lo pedido en los hilos rosa que se tejen desde de las puntas de tus cabellos hasta el terminado artesanal de tus zapatos blancos. Hoy es nuestra primera noche. Una noche especial donde celebramos nuestro encuentro, donde damos gracias a Dios por darnos la oportunidad de hallarnos en un mundo de fronteras y continentes. Yo de aquí, tú de allá. Mis esquinas marcadas por la herencia de los invasores en la tribu, tus dobleces puros, de un mundo que no conoce el almíbar de las pieles hibridas y las almas revolucionarias. Un mundo que se mezcla hoy, cuando el día y la noche han encontrado el amor en una galaxia que desconoce la luz y la oscuridad. Gracias por llegar a mi vida, por recorrer conmigo este largo camino, por pisar sonriente los dedos de mis pies mientras escribo en mi mente, gracias por mostrarme el mundo, gracias por pedir un consejo a mi espejo y encontrar tu rincón en el ombligo de mi corazón...

jueves, 24 de julio de 2008

SIMPLEMENTE PARA OLVIDAR...

Una noche pasajera. Volátil entre las horas difuminadas en segundos. Unas horas de promesas eternas, besos de fuego y caricias que emergieron de los dedos como lava de volcán. El calor en la noche surgía místicamente de la prisión de tu pecho contra mi espalda, tus labios acariciando mi nuca y mis piernas encadenadas en las tuyas. Si debo confesarme diría que no dormí, quise disfrutar de cada instante, quise sentir que te amaba y que me amabas, en un doloroso juego que sólo yo puedo creer. En un juego entre chocolate y agua que duró seis palpitantes horas, en las que pretendí contener los suspiros cristalinos que luchaban por escapar de mis ojos. Bien dicen que las promesas sólo son promesas, las tuyas son aquellas que puedo contar, que ahora recuerdo, que se replicaron una y otra vez mientras me sentía impotente al esperarte con mi traje negro en la esquina de la cama. Los minutos fueron testigo, la noche se esfumó, no llegaste, desperté. Quizá fue esta una de las experiencias más bellas que he tenido, no lo dudo. Aún con mi traje negro arrugado, la pesada cobija sobre mi cuerpo, el ruido de extraños buscando imitar tu voz, sigo aquí, vivo y soportando el duro golpe de granizo que hiela cada centímetro de la piel. Aquí, tus besos de fuego y tus caricias de lava fueron encantados por una misticidad desconocida, un alquimista que escapa de la fantasía de Cohelo, para desgranar los momentos, tamizar las miradas y decantar los aromas, dejando sobre el inerte tubo de ensayo copos de nieve dura y agria, que dejan entrever entre sus brillos, tus miradas frías, la copa que levantas en su honor, el brillo de tu sonrisa para otros ojos, y tal vez esas promesas que fueron mías ahora las dedicas a esa cabellera rojiza que acicalas sin parar, mientras pretendo reír sin mirar, quebrando los restos de mi fisurado esternón. ¿Yo?, mirando el reloj, angustioso porque las horas marchen para despertar. Despertar, simplemente para olvidar…