viernes, 14 de mayo de 2010

MIRAME, LÉEME...


Así que supones que esto es un juego. ¿Quieres jugar? Bueno, acepto, pero no por ahora, prefiero los juegos al aire libre, quizá en el agua, una tarde sobre el pasto, una mañana en una montaña o una noche en el campo bajo las estrellas. Así me encantaría jugar, al menos podrías intentar vencerme, librarte de mis brazos, de mis palabras, del juego súbito de mis piernas, de la prisión de mi pecho, es un juego arduo, pero creo que lo haríamos muy bien, al parecer somos buenos jugadores, eso sí, prohibido hablar de Bourdieu, recompensa si mencionas a Freud. Me reconocerías, es posible, creo que en el mundo las personas nos estrellamos de manera constante, cada uno deja en nosotros una parte del polen de su esencia. Somos flores en un jardín, así no nos veamos, podemos reconocer el aroma del otro y siempre viviremos en el constante “deja vu” de haber vivido aquel momento. Dónde te encontré, la respuesta es fácil, dicen que lo que empieza por “c” puede ser una de las cosas o lugares más convencionales, debe ser porque “convencional” empieza por “c”, que argumento más obvio, a diferencia de letras como la “h” donde parece no existir, donde no suena, donde no es nada. Imagina su tristeza, su sentimiento de ser muda, de ser condenada al olvido. Afortunadamente la “c” y la “h” crean un sonido diferente, “ch”, y resignifican el mutismo de la segunda. Hay una letra que me gusta, la “e”, por ella empieza mi nombre, el mismo que un día mi madre escogió inspirada en la historia más bella, donde reyes y reinas debían vivir por siempre en un palacio, no es el típico cuento, pero a veces es bueno verlo tan típico como cuento. Menos mal encontrarte en aquel sitio donde la “ch” cobra significado y empieza la palabra, para terminar con la adulada “e”, fue todo menos típico, y aún menos cuento. Quién soy, pregunta difícil, tardaríamos varios años en resolver tal cuestión filosófica, si es que lo llegáramos a resolver, mejor esperamos un día utópico donde tomemos un café junto a Sócrates, Platón y Aristóteles, seguramente sólo ahí te respondería acertadamente. Acaso no puedes verme a través de las letras, acaso no podrías hacer mil deducciones, lees lo que el mundo que me rodea no sabe, sabes lo que la sonrisa perfecta oculta, conoces más allá de la piel, estás en la frontera donde los pasos no se dan sobre la arena, sino sobre el alma…

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